La cartera clásica de Bolsa y bonos se reivindica para rentar más del 5% TAE a largo plazo
Destinar un 60% a acciones y otro 40% a deuda resurge como fórmula óptima para reducir volatilidad, aunque el momento actual exige afinar en la selección de la renta fija


Cuando medio sector financiero había dado por muerta a la cartera de inversión clásica, ésta ha resucitado con más vigor que nunca. El concepto —acuñado en Estados Unidos y muy teorizado en las escuelas de negocio— consiste en destinar el 60% del dinero a Bolsa y el 40% a bonos. Aunque no es la fórmula para conseguir la rentabilidad más alta a largo plazo, sí ha demostrado durante mucho tiempo ser una vía ideal para maximizar el binomio rentabilidad-riesgo y reducir la volatilidad. Como circular por una buena autovía frente a hacerlo por una carretera de montaña: tal vez son más kilómetros, pero se evitan baches y subidas y bajadas excesivas.
El acta de defunción de la cartera clásica había quedado expedida hace un lustro, cuando el precio oficial del dinero llevaba 10 años en Europa rondando el 0%, lo que había arrastrado a la baja la rentabilidad de todo tipo de deuda soberana y corporativa. Si la renta fija no rentaba apenas, ¿qué sentido tenía incorporarla a las carteras de los inversores? Las entidades financieras fueron olvidando los fondos mixtos más clásicos para ir incorporando más picante a la mezcla: deuda de compañías que no tenían la mejor solvencia, bonos emitidos por países emergentes, renta fija híbrida (a medio camino entre los bonos y las acciones)...

Ignacio Martín, responsable de fondos mixtos de Santalucía Asset Management (una firma que gestiona casi 5.000 millones de euros), explica que la cartera clásica “trata de equilibrar crecimiento y estabilidad, mezclando el potencial de rentabilidad de las acciones con la menor volatilidad y la protección que suelen ofrecer los bonos”. Entre sus ventajas destacan la sencillez, la consistencia, la eficacia y la descorrelación: el hecho de que la valoración de Bolsa y deuda tiendan a moverse en direcciones contrarias. “Esto hace que en momentos de tensión económica, esta cartera permite suavizar la volatilidad del conjunto de la inversión”, apunta Martín.
Esa mencionada descorrelación no es una ley física inmutable. De hecho, el ejercicio 2022 ocurrió justo lo contrario: la renta fija se depreció en todo el mundo, al tiempo que se desplomaban los mercados bursátiles. En ese ejercicio se combinaron “una inflación elevada con subidas agresivas de tipos por parte de los bancos centrales”, lo que provocó “un año que fue especialmente desafiante para las carteras 60/40″, relata el experto.
El factor que resucitó a la cartera clásica fue la normalización de la política monetaria. Después de casi 15 años, los mercados volvieron en 2023 a ver los tipos de intervención de la Reserva Federal de Estados Unidos por encima del 5% y del 4,5% ayer. Durante dos años, esa fórmula 60-40 ha estado muy vigente, llegando incluso a superar en algunos periodos a la inversión competa en Bolsa. En su informe de perspectivas de mercado del segundo trimestre, el banco suizo UBS recuerda que los datos históricos muestran que “a largo plazo, una cartera mixta de acciones de Estados Unidos y bonos del Tesoro ofrece una rentabilidad real anualizada del 5,1% en moneda local, frente al 6,6% de las acciones y el 1,6% de los bonos”. Al ser rentabilidad real, implica que ya se ha descontado la inflación de cada año, con lo que la rentabilidad nominal de la cartera clásica rozaría el 7%. Los expertos del mayor banco del mundo para grandes fortunas subrayan además que esa cartera tiene una volatilidad muy inferior a la inversión completa en Bolsa, una cualidad que le da un especial atractivo en el momento actual.
Dudas sobre el largo plazo
Un enfoque equilibrado tiene sentido a largo plazo, pero recientemente ha surgido un acontecimiento que amenaza ese equilibrio. Los bonos del Tesoro a 30 años de EE UU rondan el 5%, el nivel más alto en casi dos décadas. Eso implica que, cada vez más, los inversores dudan más de la sostenibilidad de las cuentas estadounidenses, que está en medio de una espiral de deuda y déficit. Hace unos días, la agencia Moody’s Ratings despojó a Estados Unidos de su máxima calificación crediticia, aduciendo preocupaciones sobre el déficit. Y las dudas se han acentuado aún más con la reforma fiscal presentada por Donald Trump.
Los mercados exigen cada vez mayores rendimientos para invertir en bonos norteamericanos a largo plazo —lo que implica que el activo se está depreciando— y lo mismo está sucediendo con los de Japón y el Reino Unido. “Lo que se observa en la parte final de la curva a nivel mundial es que se están comportando como activos de riesgo, no como el típico tipo de activos defensivos reacios al riesgo”, apunta Greg Peters, codirector de inversiones de PGIM Fixed Income.
Los inversores perciben un mayor riesgo en los bonos del Tesoro a largo plazo y eso plantea un desafío a la construcción de la cartera clásica 60/40. Pero en términos más generales, el razonamiento sigue siendo válido. La clave es elegir los bonos adecuados a lo largo de la curva de rendimiento. Si bien los bonos a largo plazo están bajo presión debido a que los inversores exigen mayores rendimientos, la renta fija a corto plazo se mantiene mejor en el nuevo escenario geopolítica y financiero impuesto por Trump.
El desempeño superior de los bonos con vencimientos hasta cinco años también explica por qué el índice de bonos estadounidenses de referencia sigue estando correlacionado negativamente con las acciones. Esto apuntala la pertinencia de la cartera clásica, para que Bolsa y deuda funcionen como vasos comunicantes para amortiguar el riesgo. Si la renta variable cae, la deuda sirve como refugio y fuente de rentabilidad.
En ese diseño de la cartera, la geografía también es importante. Europa no ha salido indemne de la depreciación de la deuda pública a largo plazo en todo el mundo, pero el creciente estatus de activo refugio del euro y el bund alemán deberían proteger al bloque de un aumento excesivo de los costes de endeudamiento a largo plazo. De hecho, la inversión que se está canalizando hacia activos europeos tiene que ver en gran parte con el aumento del gasto público decidido por Alemania, visto como promesa de crecimiento económico y revalorización bursátil.
A pesar de la corrección que se ha vivido en 2025, los inversores y analistas creen que es probable que la situación se vaya normalizando a partir de ahora, ya que la trayectoria relativamente mejor de la deuda alemana y la incertidumbre arancelaria mundial refuerzan el atractivo de los bunds como activo seguro.
Fondos mixtos
En España, la categoría estrella de fondos de inversión es la de renta fija, que acumula un patrimonio de 162.000 millones de euros, al cierre de mayo. Pero los fondos mixtos, con Bolsa y bonos, también tienen su tirón. De acuerdo con los últimos datos de Inverco hay 60.000 millones en esta categoría.
Dentro de esta familia, hay algunos que cumplen fielmente con el mandato de 60% en acciones y 40% en deuda. Es el caso del vehículo Cartera Naranja 40-60 de ING (aunque gestionado por el gigante francés Amundi), que acumula en los cinco últimos ejercicios una rentabilidad del 13,7%, habiendo batido a su índice de referencia. Otro fondo similar es el AXA IM Global Strategy 60/40, que ha dado un rendimiento medio anual del 3,25% en los tres últimos ejercicios.
Una vía alternativa para jugar esta estrategia es por medio de los contratos de gestión de carteras, por el que se da un mandato al banco o agencia de valores para que administre parte del patrimonio de acuerdo con unos parámetros. Firmas como Myinvestor, Indexa Capital o Finizens permiten componer una cartera con una asignación de activos muy similar al 60-40.
Así, la cartera de perfil 7 de Indexa, destina el 63% a acciones (fundamentalmente de Estados Unidos y de Europa) y un 37% a bonos (de Gobiernos, y una pequeña parte de empresas), con una rentabilidad media anual del 4% desde finales de 2015, cuando se creó la firma.
La tendencia que se va imponiendo en el diseño de este tipo de carteras, sobre todo para los perfiles de clientes más adinerados, es incorporar alguna clase de activo adicional. Activos alternativos a la Bolsa y los bonos. El gran problema de introducir un tercer ingrediente en la fórmula clásica es que la mayoría de los vehículos de inversión para estos fondos alternativos exigen unos importes mínimos de entrada muy altos.
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